jueves, 29 de enero de 2009

Nada más queda


Por Shara Lávender


Todo se quemó. Millones de páginas mezcladas con pirámides de cenizas de cigarro apiladas dentro de un coco seco y ahuecado… mientras escribía….
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Unas líneas curvas, escritas con vaivén y vino sobre una servilleta, dieron pie a la historia que arrebujé bajo mis dedos durante casi un año de poco dormir. Aquél chico y yo nos habíamos visto en algún lugar, no pude precisar dónde, por lo que comencé a preguntarle sobre diversos asuntos (buscando recelosa dentro de mis recuerdos). Mencionó el nombre de la universidad donde estudié literatura y pude recordarlo… era el encargado de la planta física. De pronto, mi atención y mis preguntas se mezclaron con los sorbos de vino y la historia que comenzó a contar.

Oye, y… ¿Te acuerdas de Lolita? Si, la del pelo largo rubio.

No… ¿Cómo dices que era? –y me moví impaciente en la silla alta, buscando la atención del joven barista.

Chica, la que era novia de Papote, el que jugaba en el equipo de basque.

Si, si… ahora me acuerdo. ¿Qué pasó con ella? –pregunté sin saber de quién se trataba, llena… llenita de curiosidad.

Pues ahora vive en Ponce. Es que baila allá…. tú sabes, a eso le llaman el teibol dancin…

Me quedé muy pensativa aquella noche y como muchas otras, no pude dormir. Las ideas me volaban por la frente, las oraciones flanqueaban el lado izquierdo de mi cerebro y el lado derecho redactaba lentamente el primer párrafo de mi novela, mi criatura…

Cuando no soporté la danza de letras me levanté y, en una libreta de páginas amarillas, desdoblé y redoblé a Lolita. La llené de ficción, la hice mitad humana y mitad personaje… la plasmé entre las páginas de un cuaderno mal usado y después a mi computadora. La dibujé con mis palabras como la pude imaginar y fotografié sus pasos como los pude haber sentido al pisar con tacones altos las calles de los leones. La coloqué aquí, allá y sobre todos los cuerpos. La hice tocar lo más nauseabundo y al final le coloqué alas de mariposa y la hice renacer.

Me decidí por fin a presentar el manuscrito y, para mi sorpresa, fue aceptado con regalías. El editor no quería esperar más tiempo para lanzar la novela y yo no se lo había dicho a nadie. Tenía miedo de Lolita (ahora convertida en Amelia) y de lo que sucedería cuando los demás la conocieran. Tenía una extraña turbación respecto a mis padres y mi abuela, con quiénes vivía en una urbanización acomodada. ¿Qué pensarían? ¿Qué andaba yo de cabaret en cabaret escribiendo mi tesis literaria? ¿O que quizás era yo, en efecto, la propia Lolita convertida por los retazos de mi pluma en Amelia de los Corazones? Mi padre nunca se explicó el aire literario. Pensó que estudiaría astrología cuando me sorprendió varias noches observando la luna.

En estas divagaciones pasaron tres meses y la novela agotó la primera tirada en semanas, por lo que salió publicado un artículo en la prensa que reseñaba el libro: ‘‘Mariposa con alas nuevas’… Shara Lávender.

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Mis padres entraron al estudio. Aquél era mi aposento. Libros olvidados por muchos y desterrados por otros; obras de siglos pasados, muestras originales de Edgar Allan Poe y una colección de ediciones sobre La dama de las Camelias, obtenida a un módico precio… todo estaba perdido.

Cuando entré a la habitación, mi dedo sorprendió la portada de Ana Karenina entre la rejilla de la puerta. Dentro de un cajón de aluminio aún saltaban las chispas de cientos de páginas, picadas finamente en pedacitos y quemadas ligeramente, como para no borrar las letras. Parecían tiras, fragmentos de poesía desgarrada y hundida por una censura latente. Allí yacía la historia de Madame Bouvari y se revolcaba Marguerite Gautier por su terrible desición de amor. En aquél zafacón cuadrado agonizaba Bocaccio y la tinta de Maupassant decoloraba mis anhelos sobre tomos de Las mil y una noches. Textos de Colette, todos en francés, levitaban sobre el poco humo que produjo la hoguera.

Fue así, de esta forma y luego de este suceso, que me volví desmemoriada. Quizás por la medicación de Salvia olvidé todos y cada uno de los argumentos de aquellas grandes obras de la literatura, confundidas ahora con el polvo del Sahara. Entonces, se agrietaron mis alas de mariposa y todo se tornó frío. Aunque ya no puedo volar y todo parece tan frívolo, en mis noches de desvelo reinvento la historia de aquellas mujeres… son ellas las protagonistas de una historia donde nada más queda.

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